sábado, 22 de junio de 2013

El árbol



El árbol


El árbol, tan viejo como la tierra y el agua, nació para aliviarles la carga a los dioses y para proteger con su sombra de todos los días los pasos del hombre. No está ahí para lucir la sombra ni su coposidad transparente y tranquila, está donde está porque es generoso y necesita de la compañía de alguien que lo aprecie y lo cuide del asesino  tiempo. No es fácil convivir con un mundo que lo desprecia y lo usa para el despliegue de la sombra, o para mitigar las garras del clima. No es fácil convivir así aislado del  arte y la locura del hombre. Ser árbol es una fiesta de la naturaleza del barrio; una combinación de frescos que desembocan en asombro y admiración viviente, una conversión de alma arboral para transformar el día en tarde. Toda sombra desplegada, es entonces un pequeño paraíso, un sueño del que es imposible el olvido, porque las evocaciones provienen de esa zona calidad, fresca, que nos salvó un cierto día de los cuchillos del sol… El árbol, es un viejo amigo, la salvación en un aguacero de insolaciones permanentes… (El diccionario del ocio)

sábado, 1 de junio de 2013

DICCIONARIO DEL OCIO


El gato 
                                                                                

No es un león ni un tigre, pero es un felino. Su figura ha trascendido el tiempo de la hoguera y la veneración, hasta quedar prisionero de su propia ternura. La ignorancia común le ha construido un destino de “perro”, pero su dinastía y realeza lo han salvado del ostracismo. Observarlo caminar nos retrotrae a un universo salvaje y prohibido, al prejuicio de la carne y la carnicería; sin embargo, en el viaje de la domesticación, saltar de la caza de ratones a la ternura de lo humano, lo convierte en  amigo del hombre, en una entrañable criatura misteriosa, pero también en un ser inigualable. Ese es el gato, más animal que el amo, pero también más humano que otros animales. Y siempre será agilidad, ternura y bondad, compañía y altas dosis de misterio, de oscuras claves de la mente animal para develar su locura fascinante por lo humano. Ser gato, no lo convierte en animal, sino en misterio, en símbolo, en gota de tigre, o en aquella extraña veneración por la que muchos dilapidaron la vida y sin embargo, está en casa para suplir algo y para llenar la copa de la soledad humana, ese es el misterio no del gato, sino del ser humano.

domingo, 19 de mayo de 2013

El diccionario del ocio


La calle

La calle es tan larga como la cola del río, arquitectura de un sueño que se repite en la vieja conquista del mundo; en ella miles de seres vivos disfrutan el tiempo, mientras la vida transcurre levemente sin el polvo de martes, y los hombres caminan de visita en la variedad de un paisaje que se perfila eterno, imborrable y colorido como un arco iris celeste. Es larga, pero se bifurca al desdoblarse en callejón. Y soporta las almas que se cruzan de un horizonte a otro, porque sabe que sin ellas poco podría hablarse de vida, de pueblo, o de ciudad. Se visita y se conversa, y se realizan las compras del mañana y luego se construyen las pequeñas utopías locas del hombre del barrio, aquellas que hacen soportable la mañana o la tarde, o todo el día. Enamorarse es como viajar en un barco perdido del tiempo, en uno que cruzará el océano de la noche y morirá bajo la magia eterna de las estrellas de cualquiera calle. Alguna tarde, estoy seguro, veremos cruzar el desfile de la muerte, mientras el ataúd comanda la salida; es una imagen triste, pero tan necesaria como la algarabía y la melancólica ausencia del lugareño. Así es la calle, el teatro de la existencia, el pedacito de luna roja que alimenta la vía y nos permite soñar con otro día o con otra tarde absurda o extraordinaria…

sábado, 11 de mayo de 2013

Poesia a la madre


Carta a mamá

Mamá te escribo en esta servilleta usada

Para no olvidar el amor de todos  tus días,

Como lo hacía en la libreta de la escuela.

Escribía mamá me ama, caballo, cielo azul.

Intacta está la mano de los recuerdos,

Tus besos de música barroca

Y la cama tendida, volando,

Todavía calientita en mi memoria,

Intacto el café tibio y hasta el espejo del olvido

Rondando los recuerdos.

Mamá estas líneas que quizás no leas

(Por tu ritmo de trabajo)

Me ayudan a no olvidar tu imagen en el comedor,

A recordar el chocolate caliente de tus caricias,

Igual el pájaro que anida rabioso en tu corazón gigante

Y porque no, a recordar tu coraje salvador.

Mamá no olvido la memoria de las cosas,

La cuchara triste de las sopas,

Tus chancletas verdes y el delantal de las horas,

Mientras la vida nos zarandeaba la esperanza,

Y el amor de papá viaja por otros mundos.

 

jueves, 18 de abril de 2013

Maravillosas malas noticias para ustedes




Una entrevista con David Grossman

Febrero de 2013
David grossman (Jerusalén, 1954) estaba parado en el patio del Hotel Santa Clara en Cartagena. Inquieto, inspeccionaba el lugar como tratando de ubicar desesperadamente a alguien. El escritor israelí, invitado al pasado Hay Festival, llevaba en la ciudad menos de veinticuatro horas, y mientras Vargas Llosa, Julian Barnes y Hertha Müller estaban ocupados lidiando con la prensa y firmando autógrafos, Grossman parecía perdido. La asesora de prensa del Hay le había dicho unos minutos antes que lo esperaría en el primer piso del hotel, pero cuando él bajó ella no estaba en el lugar pactado y nadie parecía reconocerlo.

Cuando lo vi, dudé. No podía creer que Grossman, el mismo que cada año aparece como candidato al Nobel de Literatura, el autor de diez novelas elogiadas en todo el mundo, estuviera en el lobby mirando a un lado y otro como cualquier turista extraviado en las calles cartageneras.

Me acerqué:

–¿Mr. Grossman?

–Sí –contestó aliviado.

Le ofrecí mi ayuda para encontrar a su guía, lo acompañé un par de minutos y me despedí. La señorita de prensa, agradecida, intercedió para que Grossman me concediera una entrevista.

–Venga a las 6:45 de la tarde. David lo esperará en el patio del hotel.

Esa tarde llegué unos minutos antes y él ya estaba sentado en un sofá. Tenía la camisa azul empapada por el sudor y su rostro, circundado por unas gafas de marco metálico, se veía cansado. Cuando me vio, dijo en inglés:

–Oh, eres tú, el de esta mañana.

Se paró, miró el piso, habló de un jet lag terrible y concluyó:

–Ahora no puedo contestarte ninguna entrevista. Pero ¿qué tal si nos vemos mañana a las diez en este mismo sitio?

De pronto, miró a una mujer que estaba a su lado (su esposa Micha), pidió un bolígrafo y anotó en inglés en la palma de su mano derecha: “Entrevista con Jorge, mañana, diez de la mañana, lobby”.

Lo miré sorprendido y le pregunté si no se iba a lavar las manos.

–No, nunca –contestó riendo.

Al día siguiente, cuando nos sentamos a hablar, Grossman todavía tenía el rastro de la anotación en la palma de su mano.

David, usted fue durante muchos años reportero radial y se ocupó a fondo del conflicto palestino-israelí. Cuando le menciono la palabra “periodismo” y la relaciono con su trabajo como escritor, ¿qué es lo primero que se le viene a la cabeza?
Bueno, usualmente me muevo entre la literatura y el periodismo. ¿Cuándo decido escribir periodismo y cuándo literatura? Es una buena pregunta. Escribo sobre la situación de mi país de ambas maneras; una es a través de novelas y cuentos, y otra mediante artículos de prensa o ensayos. Cuando escribo literatura intento olvidar que hay gente afuera y procuro escribir para mí mismo. Trato de liberarme de cualquier interés; solo represento los personajes y la historia, dejo que se oigan sus voces. En general, creo que eso produce buena literatura, el hecho de olvidar que existe una audiencia.

Pero cuando escribo periodismo quiero ser oído por muchos. En el periodismo sí tengo un interés, que es cambiar algo en la realidad. Usualmente escribo sobre nuestra situación en Israel, tan brutal y extrema, y trato de cambiarla, permitiendo que la gente vea las cosas de otra manera, y en ese sentido mi punto de vista es diferente al que tengo como novelista.
Esas serían las diferencias entre un oficio y otro. Ahora hablemos de las similitudes, ¿las hay?
Sí, creo que debe haber similitudes.
La regla número uno de la literatura es ver la realidad desde el punto de vista del otro. Siempre que escribo una novela trato de ser cada uno de mis protagonistas, de ver como ellos, de representar su perspectiva. Y cuando escribo sobre el conflicto palestino-israelí, aunque soy judío y estoy condicionado por mi educación, por mi lenguaje, por las ansiedades de mi país, insisto en describir la situación también desde el punto de vista de los palestinos. Es la única manera de que mis lectores no estén solamente en contacto con su propia mirada, con su propia manera de pensar o con sus propios sueños e ilusiones, sino también con el punto de vista del otro, aunque el otro sea su enemigo.

Ahora, una sociedad en guerra es muy reacia a ver la realidad a través de los ojos enemigos, y para mí eso es peligroso por dos razones. Por un lado, porque no te permitirá hacer la paz, porque nunca podrás rastrear los cambios y desarrollos de tu enemigo, y por otro lado porque ni siquiera te permitirá ser un mejor soldado, en el sentido de que no conocerás realmente a tu enemigo, sino tus propias proyecciones y ansiedades sobre él.
En nuestros países su actividad como reportero radial no es muy conocida. ¿Qué recuerda de esos años y por qué dejó de hacer radio?
Yo debuté a los nueve años en las radionovelas de la época y amaba ese trabajo. Como era muy bajito y los demás actores bastante grandes, en el estudio había una caja de naranjas marcada con el nombre “David Grossman”. Siempre que tenía que hablar traían la caja y yo me paraba encima de ella para alcanzar el micrófono. Hice todo lo que es posible hacer en la radio, menos ser técnico. Fui actor, reportero, entrevistador, corresponsal y finalmente presentador de la emisión de noticias de la mañana durante cuatro años. Yo era el que levantaba a los israelíes a martillarles la cabeza diciéndoles:
“Hoy amanecemos con maravillosas malas noticias para ustedes”. Hasta que un día insistí en transmitir la declaración oficial de Palestina como Estado, que hizo desde el exilio la Organización para la Liberación de Palestina el 15 de noviembre de 1988. El editor de mi programa había puesto la noticia en el lugar número doce; yo le dije que esa declaración era muy importante pues los palestinos estaban aceptando la solución que reconocía a los dos países, Israel y Palestina. Pero él me contestó: “No, no queremos transmitir eso”. De modo que yo le dije: “Si ustedes no están dispuestos a contarlo, si no les parece importante decirles a los israelíes que Palestina acepta dos Estados, que acepta una salida negociada al reconocer la existencia de ambas partes, entonces no quiero presentar las noticias”. Y bueno, me echaron y así acabé deteriorándome hacia la literatura.
¿Esto era en la radio gubernamental de Israel?
Sí, y había una censura muy fuerte. Después de casi todas las emisiones venía alguien a preguntarme cosas como “¿Por qué dijiste eso?”, “¿Estabas siendo sarcástico cuando entrevistaste a Ariel Sharon?”. Había un diccionario especial de palabras que no podíamos utilizar. Por ejemplo, ya que Israel no admite que ocupa territorios –para nuestros gobernantes se trata de una “liberación”–, estaba vetada la palabra “ocupación”. Es natural. El gobierno no quiere que los ciudadanos sepan qué es lo que hace realmente en los territorios ocupados. Cada vez que yo desobedecía ese diccionario, era reprendido por mis superiores. Yo lo llamaba “blanqueador de lenguaje”, pues estaba diseñado para neutralizar todo aspecto problemático de la realidad, y usted sabe, el lenguaje debe tocar la realidad, con todas sus complejidades, con todas sus contradicciones internas y con todas sus molestias.
En aquel momento, 1988, ¿qué tan importante era la radio en Israel? ¿Cómo se hacía su programa? ¿Cómo era la producción de los noticieros?
La radio era muy importante hace veinticinco años; luego, a principios de los noventa, llegó la revolución multicanal en la televisión de Israel y desde entonces el poder de cada medio se ha ido reduciendo, porque hay infinidad de programas y muchos medios. Tienes internet, televisión, radio, es decir, numerosas maneras de informarte. No se puede decir que uno de esos medios sea crucial.

En cuanto a lo otro, teníamos un libreto para el programa según lo que al editor le parecía importante.
Claro que al ser la radio gubernamental, los editores sabían muy bien lo que el gobierno quería oír. Antes el lenguaje era muy monitoreado, ahora lo es mucho menos, pero claro, siempre en situación de conflicto lo primero que se manipula es el lenguaje. El gobierno, el ejército y el sistema de justicia empiezan a modificar el lenguaje, y este es el más importante papel de los escritores: insistir en las palabras precisas, aunque no sean cómodas, y sobre todo no colaborar nunca con el lenguaje oficial.

¿Ustedes tenían una audiencia solamente de israelíes? ¿Lograron determinar si algunos árabes también oían la emisora?
Era una radio de habla hebrea y muchos oyentes eran judíos, algunos palestino-israelíes, porque usted sabe que allí tenemos una minoría palestina que no vive en los territorios ocupados. Ellos viven una situación imposible porque son ciudadanos del Estado de Israel, que está en guerra contra sus hermanos en los territorios ocupados.
De ahí surge un problema muy fuerte de lealtad que a su vez constituye el principal alimento del fascismo israelí. Muchos argumentan que los miembros de esa minoría palestino-israelí no son leales al Estado, pero yo siempre pregunto: ¿es el Estado leal a ellos?, ¿somos leales a ellos? Los palestino-israelíes merecen vivir una vida con igualdad y dignidad como todo el mundo. Y la respuesta es no, no somos leales a ellos.
Después del despido, usted se dedicó a recorrer la Franja de Gaza y terminó escribiendo El viento amarillo. ¿Cómo logró comunicarse con los palestinos y evitar las posibles interferencias de un traductor? ¿Sabe usted árabe?
Yo estudié árabe en la escuela de una manera muy intensa, realmente lo hablo muy bien. Puedo leerlo y escribirlo, aunque admito que hace quince años no practico el idioma. Hay pocas reuniones entre israelíes y palestinos, y cuando nos encontramos preferimos hablar en inglés, una lengua común e igual para todos. Para escribir
El viento amarillo fui y hablé con ellos en árabe, y fui a las cortes militares y a los campos de refugiados y a las ciudades. Es increíble decirlo, pero para muchos palestinos, y para mí, aquella fue con seguridad la primera vez que había un contacto que no pretendía aumentar la ocupación o manipularlos, sino solamente oír sus historias y permitir que sus voces fueran escuchadas por nosotros los judíos. Tal vez por eso el informe impactó tanto a los israelíes. Por primera vez, ellos tuvieron que oír a los palestinos, oírlos incluso en contra de su voluntad, y tal vez porque estaban acostumbrados a que yo les contara las noticias no dijeron: “Ah, es que este es un enemigo de Israel y ahora colabora con los palestinos”. Algunos seguro pensaron que era un traidor. Pero el informe estaba escrito en hebreo, no era en ningún sentido manipulador, y eso obligó a muchos israelíes a reformular su punto de vista respecto a la ocupación.

No puedo decir que aprobaran todo lo que escribí, pero seguro encontraron algo nuevo en lo que leyeron.
Y si me preguntas qué puede aprender el periodismo de la literatura –y esto es importante–, te diría que es la claustrofobia al utilizar el lenguaje de otras personas. Con la literatura debes reinventar la manera de describir las cosas. El mundo siempre ha sido igual desde el principio de los tiempos; hoy Mario Vargas Llosa escribe sobre cosas de las que Esquilo y Sófocles también escribieron hace más de dos mil años. Pero la manera en que lo hace es diferente, las palabras, la forma de yuxtaponerlas. Así también debería ser en el periodismo. Algunas veces siento, y hablo solo del periodismo israelí, que los periodistas escriben clichés porque creen que puede ser más cómodo de entender para sus lectores. Entonces sus artículos son una sucesión de clichés, y el cliché no dice nada sobre la realidad, pero sí dice mucho sobre nosotros, sobre nuestra necesidad de confianza, de estabilidad, de tranquilidad, de silencio. Eso no es suficiente. El lenguaje en el periodismo debe reinventarse todo el tiempo. Cuando miras las cosas desde un ángulo distinto, tus lectores también pueden verlas con esa perspectiva.
¿Fue usted el primer periodista israelí en ir hasta la Franja y hacer este trabajo periodístico? ¿Cómo logró que los palestinos le contaran su historia y su visión del conflicto?
Sí, fui el primer israelí en ir hasta esos sitios y hablar con ellos en su idioma. Había algunos que hablaban hebreo y eso era más cómodo para mí, pero muchos solo hablaban árabe. No hice nada extraordinario, solamente me senté a oírlos. Ellos sintieron que había un israelí interesado realmente en oírlos, que no venía a humillarlos o a manipularlos. Discutí mucho con ellos porque me parecía que su retrato de Israel era incorrecto, pero respetaron mi actitud al ver que buscaba ofrecer argumentos de peso. Y sin duda ayudó hablar su idioma; si alguien ha gastado esfuerzo y tiempo en aprenderlo, eso demuestra respeto. En muchos casos el contacto produjo una respuesta inmediata, porque ellos realmente querían que alguien oyera sobre su sufrimiento y sus condiciones de vida como refugiados. Por momentos sentí que lo deseaban más que cualquier otra cosa, que por una vez pudiera haber una mirada comprensiva hacia ellos.
Cuando has sido enemigo durante tanto tiempo, solo puedes generalizar y ver estereotipos. Un israelí ve a un palestino y de inmediato cree que es un terrorista. Un palestino ve a un israelí y enseguida cree que es un colonizador. En esos momentos, la necesidad básica es ser reconocido nuevamente como un ser humano. De repente, lo fundamental es no estar atrapado en una situación de animosidad porque eso nos reduce constantemente. Si solo nos vemos como guerreros, si solo somos expertos en ser enemigos, perdemos muchos matices de la vida para tratarnos los unos a los otros. Incluso si realmente quieres entender por qué algunos palestinos se convierten en terroristas, por qué un ser humano es capaz de borrar su humanidad y volverse un suicida, tú debes entenderlo primero como persona, entender el camino que lo llevó de ser una persona con humanidad a ser un asesino, alguien que quita la vida sin dudarlo, ciegamente. Y no es que quiera entenderlo porque sienta compasión por los asesinos; un homicida es un homicida y ni siquiera puedo darle el título de “defensor de la libertad”. Yo quiero entender por qué un ser humano cambia hasta un punto de imposible retorno.

¿Y lo ha logrado entender?
Al menos he tratado.
Para mí hay un punto difícil de identificar, y es ese instante en que un ser humano se vuelve hermético y fanático. Ese punto es para mí muy complejo de entender, incluso queriendo hacerlo. Y tengo claro que es mi responsabilidad, no solo como escritor, no solo como periodista o ciudadano de Israel, sino como persona.
Luego de escribir El viento amarillo, ¿siente que la experiencia modificó su trabajo como escritor de ficción?
Después de este libro publiqué una de las obras más íntimas que he escrito,
El libro de la gramática interna, que es sobre la infancia de un niño en Jerusalén y termina el día anterior a la Guerra de los Seis Días, en 1967. Creo que El viento amarillo me permitió entender muchas cosas sobre Israel, que ahora veo como un cuerpo humano en desarrollo. A través de esa metáfora pude entender nuestra falta de fronteras, la pequeñez del país y lo que pasó inmediatamente después de la ocupación, cuando nos convertimos en un imperio y pasamos de ser físicamente muy pequeños a ser enormes. También pude entender nuestra actitud hacia el poder, todo ese poder que de repente descubrimos que teníamos. Sí, creo que entendí muchas similitudes entre un Estado y un individuo que alcanza la pubertad. Sé que suena extraño, pero cuando llegamos a la pubertad todavía no sentimos que nuestro cuerpo nos pertenece. Necesitamos descubrir nuestra nueva fuerza, nuestra nueva madurez y, en cierto modo, esto fue lo que le sucedió a Israel después de 1967.
Cuando prende la televisión o la radio, cuando compra el periódico y lo lee, ¿qué piensa del periodismo de hoy?
Que los medios de comunicación de masas están en serios problemas. Me refiero más a los medios electrónicos, pero también a la prensa escrita. Es una combinación de dos tendencias.
Una de ellas tiene que ver con lo malcriados que están los lectores. Como no quieren leer artículos complejos, como no quieren ver los matices de la realidad, entonces los periódicos están reduciendo la parte escrita y ahora parecen grafitis con sus enormes titulares seguidos de una nota de doscientas o trescientas palabras incapaz de abarcar la complejidad de una situación. Todo escritor que ha sido entrevistado sabe lo que significa ser reducido a trescientas palabras que no dicen nada.

Siempre insisto en el término
“mass media”, que fue acuñado por los sociólogos en 1930. La gente cree que se trata de los medios dirigidos a las masas, pero yo lo entiendo más como medios que convierten a los seres humanos en masas, y algunas veces incluso en una muchedumbre estúpida, violenta y brutal. Esto es lo que hacen muchos medios hoy en día: convertir al ser humano en una masa unificada, borrar su idiosincrasia y su singularidad. Es una tendencia muy peligrosa, porque si la gente siente que no tiene palabras para describir la situación en la que vive, se vuelve apática, pasiva, víctima…
Después de tantos años como columnista de prensa, como hombre de radio, ¿ha considerado alguna vez escribir una novela sobre un periodista en su país o sobre el periodismo en general?
Es una buena pregunta. Tal vez porque fui periodista y tengo tan cerca la experiencia pienso que me resultaría fácil escribir al respecto, pero nunca lo he hecho. Lo que sí me encantaría es novelar mi experiencia en la radio cuando era niño, porque fue una infancia muy especial. Yo estaba en los scouts y hacía las cosas normales de todo niño, pero al mismo tiempo tenía ese mundo de fantasía. Conocí a los grandes actores de radionovelas y a través de ellos aprendí cosas del mundo de los adultos que un niño de mi edad no debía haber aprendido. Estuve expuesto a la vida literaria y teatral a través de la radio. Hasta que yo llegué, la radio en Israel contrataba mujeres para que actuaran de niños, y de repente un día apareció este chiquito de nueve años que sabía actuar, y todos los papeles de niño cayeron sobre mí. Fue una infancia interesante.

En resumen, diría que escribir sobre un periodista en Israel es algo con lo que he coqueteado, ¡pero es que hay tantas cosas sobre las que quiero escribir!
Yo no puedo entender mi vida hasta que la pongo en forma de novela, solo así le encuentro un orden, un sentido. Y hay cosas prioritarias que quiero escribir antes de dedicarme a una historia sobre periodismo o sobre mi experiencia como periodista… cosas entre madres y padres e hijos… cosas de la familia, estoy obsesionado con las familias… Quiero contar tantas cosas pero, como usted comprende, la vida es demasiado corta. Quién sabe si lo haga.

(Esta entrevista fue realizada como parte de los trabajos para la Beca Gabriel García Márquez de Periodismo Cultural, un proyecto conjunto de la FNPI y el Ministerio de Cultura de Colombia).
  Revista El malpensante
Febrero de 2013

domingo, 7 de abril de 2013

La botella de agua




La botella de agua

La botella es una alegoría del viejo secreto marino, aquel que viaja mar adentro para alcanzar una estrella. Su carga cristalina, es la suma del agua, el secreto de la tierra, el profundo dolor del tiempo y la montaña, y la avidez de una boca. Dimensionada físicamente, este liquido ocupa un espacio submarino en la memoria humana. Está ahí, en aparente soledad para calmar la sed de un vampiro sediento. Su inmovilidad genera cierta tranquilidad en el observador, quien muerto de fe, asegura su confianza en la ilusión de la quietud de una ola. El agua está prisionera de la música del silencio y la estrechez del universo. No sabe, o quizá lo sepa, de otros ríos o tal vez de la ficción de otros mares y en esta ignorancia, se pregunta por ciertos labios, los que siempre, o casi siempre, besan su boca. Mientras esto tiene ocurrencia en determinada manía del tiempo, la botella persiste en ser río. No adorna, porque no es un adorno; es un objeto o quizá una cosa, que proporciona placer, satisfacción, o el placer extraño del amor y la sed. La botella de agua, mejor el agua, viene de la bendita tierra, del camino trasandado de la naturaleza, del vacío y el vértigo de la montaña, y la botella, de la imaginación del hombre, del afán de la garganta por capturar el liquido de la vida, aquella sensación agradable de la boca y el cuerpo, de la tierra y el alma humana en comunión con las venas de la tierra… 

miércoles, 27 de marzo de 2013

El flagelante, territorio sacro



 

Uno no sabe a la larga cómo la flagelación nos jodió la vida

 
 
La búsqueda

 Supongo que el arte asume otra mirada de la realidad. ¿Poesía? ¿Belleza? Nunca defensa de nada. Simplemente goce o deleite. Acto gratuito para los ojos del alma. No es el espectáculo masivo de la carne en exposición pública, sino la experiencia cultural o el acumulado histórico de la supervivencia inocentes de las gentes tomasinas. Entonces se busca que el observador identifique el cuerpo del flagelante como el territorio de almas del pueblo.

Los pies

 Una película turbia los cubre de pies a cabeza, mientras se agigantan en mi memoria; los he visto siempre, los del abuelo Nolasco, pies campesinos, y también los del flagelante, o los pies del profesor Moncayo, justos y marchantes en su tiempo por la dignidad de la nación. Puede que sea una fotografía de los años 70, en la revista Alternativa, pero son esos pies gigantes los que ahora recupera mi memoria. Casi no caben en la página ni en mis recuerdos; el talón calloso, fuerte como un roble, con las señales de la guerra, de la lucha con y por la tierra. Poco a poco la otra guerra acabó con ellos y les quitó la tierra. Cuando veo algunos en las calles de Colombia, los distingo por la callosidad, por la fortaleza del roble, o por las goteras de la sangre, pero ya no hay tantos árboles en la ruta. Esta clase de hombres se han ido y no nos hemos dado cuenta. La vida también.

La sangre

 Corre por las avenidas, las ciudades y los barrios interiores del hombre. A veces se desborda su cauce y el corazón amenaza con estallar. Con cada zancada hay barrios que desaparecen arrastrados por el oleaje y la fuerte corriente descendiendo de la montaña a mil metros por segundo, mientras los pasos se aceleran en la arena ardiente de la calle de La Ciénaga; el calor sofocante penetra la piel y adelgaza el espesor del viscoso liquido rojo para que fluya con mayor fuerza hasta que alguien se atreva a iniciar el ritual de los golpes en el mayor de los territorios, una, dos, tres y cien veces, y de pronto un corte, y el chorro, una pluma, el manantial y la sangre fluyendo a borbotones por la llanura, gritos, asombros, silencios, desmayos, y el gentío con sus ojos de piedad observando otra vez fluir la sangre en un escenario público y en un territorio vivo, brotar a voluntad, provocado por unas manos donantes o sanantes, y la sangre otra vez imparable y golpe a golpe no dejará de correr o danzar con el flagelante, dos pasos hacia atrás y tres hacia adelante  y hasta que la pollera se tinture del rojo sangre, de ese rojo que palpita adentro de cada observador del viernes santo, o del que cae acribillado en cualquier esquina de Colombia, o de aquellos jóvenes enamorados, que ardiendo de fiebre de besos y a punto de colapsar de amor, se buscan con los ojos, con los brazos, con las manos y con los restos del  cuerpo, y hasta que el territorio, en especial las venas, se cansen de regalarle al mandante el líquido espeso que atrae al otro, la sangre no dejará de brotar del territorio humano. Y quizá esta sea la misma sangre de las corralejas y las galleras, la misma sangre por la que la multitud se cita para disfrutar o compartir los mismos sentimientos o emociones que depara el territorio, o ver la sangre correr entre las astas de un toro y observar la vieja piel del pobre hombre herido por las cuchillas flagelantes de la desesperanza.

El territorio

 No son los huesos, ni la sinrazón, es esta fortaleza, que aceitamos todos los días en los gimnasios, la embellecemos y la cuidamos con esmero en los  centros de cirugía estética de la ciudad; o es esta carne débil que florece en cada acto  amoroso y luego se derrama en la fisiología de un orgasmo puro o fingido de amor; o es aquella escatología del desfogue diario, vieja condena humana de la humildad y los apurados sacrificios del cuerpo; o es la eterna tortura corporal de los infantes, adobada por los supuestos amores maternos o paternos; o es esta manera creativa de martirizar la estructura del cuerpo para agradecer a un dios sonriente, lo que la mente y la ciencia no han podido subvertir.

El rostro

 Viejo como una montaña sagrada, sin lujos ni grandes prodigios naturales, simplemente las pendientes por donde se precipitan los ríos de la esperanza y aquella misteriosa corriente de fe, con la que ha sido imposible trasladar la montaña, moverla a otros lugares de alegrías eternas. Quizá sea el espejo del territorio con sus dos gotas de agua salvaje, dos gatos negros para asustar a la muerte.

Las manos

 Es la parte del territorio más llano y el menos pretencioso de todos, el descanso de las arterias; un camino para sanar, tocar, herir y fundir el alma; en la ruta de la sanación quizá se atrevan a herir el cuerpo con aquellas manos, que al tocar la guitarra fracturan los silencios; no es intencional ni tampoco inocencia, es el deseo de curar el que procura el ensayo, o la ciega tradición de unas maneras de ser que, en la circularidad de la vida poética, se procuran la magia de la supervivencia.

Dios

 Todavía no he podido encontrar en todo el territorio, las evidencias de la existencia de dios; no las he encontrado en nada, ni siquiera en la creación del acné, seguramente hecho para el asombro. Lo que he logrado capturar son otras evidencias, el esfuerzo diario y sobre humano del hombre por reinventarlo y luego conservarlo, memorizarlo y amarlo por encima de sí mismo y luego consumirlo como a la Coca-Cola.

El alma

 Es lo más misterioso del territorio y persiste oculta en las conexiones neuronales del cerebro, una ilusión o realidad metafísica para afrontar la vieja animalidad humana. El mito del ser. Y señales no hay. Sin embargo, están los mojones espirituales a la vera del camino: las cruces en el cuerpo, la sangre derramada con sentido familiar, el capirote, la disciplina, la pollera. Extraño, pero así ha sido  el hombre en todos los tiempos.

El infinito

 Nadie puede pensar que el cuerpo no tiene límites si son evidentes los atajos libertarios del territorio, la búsqueda y los ensayos para probar su inocencia, viaja manía del rebelde para escapar de los conquistadores. Y no es la disciplina o el látigo la amenaza, es la imposición papista la que pone en peligro los límites territoriales, la madurez del ciudadano.

El dolor

El sufrimiento y la sangre son toda una mancha en el continente, un invento para las expiaciones de las culpas, o el martirio proporcional para castigar al enemigo enfermo, el discurso cultural del cuerpo para aceptarse como territorio. La punzada interna, la herida apenas provocada para la historia. El dolor soportado para soñar que somos diferentes, extraña manera de ser otro.

sábado, 16 de marzo de 2013

Discusión sobre Memoria diaria de un condenado


 

Quiero dejar escrita esta propuesta de discusión para mis lectores. Mi hija Mely, como otros     lectores de mis libros y artículos de prensa, me reclamó después de leer “Memoria diaria de un condenado,” el por qué la asunción poética del tema de la muerte.

Sé que soy incomprendido por los optimistas, pero la literatura y la poesía no son tan hermosas como una puesta de sol. La muerte es otro tema más de la literatura como la soledad, la esperanza, la vida, el vivir…

Sabato, en “Diálogo” con Borges, le dijo a éste y a los lectores de este cerebral libro, que un escritor no estaba obligado a crear personajes buenas personas. “Ni Raskolnikov ni Julien Sorel, por citar algunos, pueden juzgarse como “buenas personas”. Casi nadie en la gran literatura.”

No sé. La confusión puede estar asociada al consumo incierto de la felicidad que nos venden todos los días los acaparadores de ilusiones. Es más fácil soñar que viajar por el territorio agreste de la realidad y la literatura.

¿Hay alguna forma bella de decir tonterías? ¿Y por eso dejarán de ser tonterías?

Las tonterías no tienen ni ocupan ningún lugar en el poema ni en la literatura. O uno escribe sobre lo sustancial o no escribe. La vida está recargada de estas liviandades para que un libro de poesía nos las esté recordando hoy. Este no es el sentido de la literatura ni el de la poesía.

Cortázar en Rayuela, para colocar un solo ejemplo, nos fotografió una esperanza descorazonada. ¿Si no fuera así tendría sentido escribir una novela o un poemario. ¿Por qué lo terrible – pregunto – no puede formar parte de la belleza poética?

Nada más quería decir estas cosas para no ahogarme en la sangre de la incomprensión literaria.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Chávez y la historia




Todos los días mueren millones de personas en el mundo, personas que no les aportan nada a sus países de origen. Chávez fue más allá de las sangrías de la nada y dejó su impronta en América  Latina y en el mundo. Fue más allá de lo que podía pensar el mundo de los legados de Uribe y Santos, que serán recordados sólo por los colombianos. Algunos en Venezuela, lo creían el padre de la nación, pero él sólo era un pobre hombre que luchaba por su inmortalidad. Sin embargo, desclasó el sistema político y económico del país, rebajándole la importancia al capital para pensar más en la gente. La democracia en nuestra América Latina es un cliché, un prejuicio ideológico incubado en nuestras mentes desde la niñez. Pero nadie sabe cómo es y con qué se come la bendita (maldita) democracia nuestra. Chávez quiso romper con esta peligrosa e infantil concepción política, buscó y luchó por crear un modelo hibrido entre el sistema cubano y el de la mayoría de los países latinoamericanos. Creó su propia fanaticada y quizá este fue su gran error, creerse el padre de los venezolanos, cuando lo que necesitamos es que funcione para todos el modelo democrático. Pero como los intereses de la oligarquía venezolana estaban enquistados en el poder de estado, a Chávez históricamente le tocó hacer lo que ya todo el mundo sabe: desmontar el modelo de gobierno plutocrático de nuestros vecinos para poder realizar la revolución pacífica de estos últimos 14 años de la vida política venezolana.



La mayoría de las gentes en Colombia odiaban a Chávez, incluso ahora que ya el inmortal hombre está muerto. Y la verdad es que uno no logra entender estas cosas en un país que no entiende porque los otros son diferentes a nosotros; en un país desnutrido y muerto de hambre y con problemas en la salud pública; en un país que no entiende su historia ni la democracia donde vive. Nos han enseñado a odiar lo diferente y lo que no entendemos y Chávez formaba parte de esta fenomenología. Los pobres terminan odiando lo que la prensa de los ricos les ordena odiar, sin filtros, sin comas y sin puntos apartes. Y entonces no nos escuchamos porque creemos ser portadores de la verdad, como si ésta se pudiera encapsular en los intereses ideológicos, políticos y económicos de RCN y Caracol.

Y odiamos para no creernos imbéciles y para tapar con las mentiras de los otros nuestra propia estulticia e ignorancia. Chávez no era peor que Uribe, pero era mejor y lo era porque su origen no era ni oligárquico ni del comodín de otras fortunas espúreas. Uno puede decir lo que quiera de este hombre; sin embargo su gobierno fue hechura del dolor y el abandono histórico de la gente. Hacer una revolución pacífica como la que logró Chávez, y en una época donde las aguas de las revoluciones habían bajado al nivel de los charcos, tiene el valor de una proeza extraordinaria, sobre todo en los fondos de unas estructuras solidificadas por las comodidades de los intereses sempiternos de la burguesía venezolana.

No es lo mismo continuar y defender un sistema montado en los hombros de varias generaciones de burgueses, que arriesgar el pellejo para desafiar el modelo y pretender cambiarlo. Esto fue lo que hizo Chávez en Venezuela y esto es lo que no han sido capaces de hacer los gobernantes colombianos. Por eso a Chávez lo recordará la región y el mundo, mientras a los gobernantes nuestros la historia mundial les echará tierra al terror y a la mediocridad de sus ejecutorias. 

domingo, 3 de marzo de 2013

50 años de Rayuela. Cortazar.



El embrujo de Cortázar
El juego, las excepciones hechas regla, su compromiso social.
Por: Fernando Araújo Vélez. De El Espectador.
Como un juego empezó a descubrir la vida mientras caminaba y brincaba por las calles de Banfield y se inventaba Rayuelas sobre el asfalto, uno, dos, uno, dos. Algo tenía que salirse de la lógica de los mayores, pensaba. Tendría que haber leyes de la excepción, magia, fantasía, verdad en la mentira, credibilidad en la ficción. Él jugaba, nada más. “Desde niño todo lo que tuviera vinculación con un laberinto me resultaba fascinador —explicaría muchos años después—. Creo que eso se refleja en mucho de lo que llevo escrito. De pequeño fabricaba laberintos en el jardín de mi casa. Me los proponía”. Su camino hacia la escuela era un laberinto. Él lo había diseñado, piedra tras piedra, grieta tras grieta. En una esquina saltaba con un pie para caer un metro más adelante con los dos. “Si por casualidad no podía hacerlo o me fallaba el salto, tenía la sensación de que algo andaba mal, de que no había cumplido con ese ritual. Varios años viví obsesionado por esa ceremonia, porque era una ceremonia”.
Pasados 40 años, mientras escribía Rayuela, Julio Florencio Cortázar llegó a pensar que la titularía Mandala, como el juego sagrado de los hindúes. “Luego me pareció pedante y recordé que la rayuela es un mandala, sólo que los niños la juegan sin ninguna intención sagrada”. Rayuela, mandala, laberinto, juego, fantasía, lo sagrado y lo profano, lo místico, lo real, el humor —humor negro— y la ingenuidad. La política, sus diversos rostros, el amor y sus irónicos rostros. Cortázar mezcló la vida, su vida y la que vio, en sus libros, y sus libros acabaron por parecerse a su vida. Todo laberinto, todo impredecible. Su primer libro, Presencia, lo firmó con un pseudónimo, Julio Denis. Con el mismo falso nombre suscribió un artículo sobre Rimbaud, en 1941, y un relato que llevaba por título Llama el teléfono, Delia, publicado en El Despertador, de Chivilcoy, el mismo año. Luego, cuatro años más tarde, firmó La estación de la mano como Julio A. Cortázar, y pasados algunos meses, escribió un ensayo sobre la poesía de John Keats bajo el nombre de Julio F. Cortázar.
Aquellos tiempos, cuando Cortázar aún no era Cortázar, fueron tiempos de dificultades económicas, de ir de un lado para el otro y dictar clases. Pasó de Chivilcoy, al sur de la Capital Federal de Buenos Aires, a Mendoza; de dictar cursos, a hacerse cargo de tres cátedras de literatura francesa y de Europa septentrional. En una carta dirigida a su amiga Mercedes Arias, decía: “Creo que aquí estaré bien. Las clases las principié el miércoles pasado, y puede figurarse la diferencia que significa dictar seis horas por semana (dos por cátedra) y no dieciséis. Lo mismo en cuanto al número de alumnos; en tercer año me encontré con una multitud compuesta por dos señoritas. Luego, el trabajo universitario es hermoso, ¡por fin puedo yo enseñar lo que me gusta!”. Cortázar hablaba en aquel entonces, años 40, de la poesía francesa y su incidencia en las vanguardias del siglo XX, y dictó su primera charla en Mendoza, sobre Paul Verlaine.
Los diarios mendocinos, Los Andes y La Libertad, reseñaron la conferencia en sus páginas culturales. “Cortázar comenzó señalando la imposibilidad de comunicar las características esenciales de una poesía, por cuanto sus esencias son de orden personal y en modo alguno comunicables con otro lenguaje que no sea el de la poesía”, decía una de las notas. Medio irónico, y muy en serio, Cortázar criticó que su exposición hubiera sido juzgada como “difícil”, y le preguntó a Lucienne C. de Duprat, la esposa de su gran amigo por entonces, Sergio Sergi, “¿cree usted sinceramente que en un medio universitario puede haber dificultades para alcanzar las simples, hasta vulgares ideas que allí se expresan?”. Sergi era artista plástico, grabador, e influyó en varios de los conceptos de Cortázar. Incluso, le escribió un poema, Un goulash para el oso, que se iniciaba con un verso que decía “receta del goulash, tómese un pedazo de estrella y una / ortiga”.
Sergi había combatido en la Primera Guerra Mundial con el ejército austríaco. “En 1915 estuve en el frente, pero no maté a nadie y nadie quiso matarme a mí”, diría, y confesaría que “la única valentía que tengo es la de confesar mi cobardía, que es la condición biológica del hombre normal”. Dentro de sus juegos, de nuevo irónico, pero veraz, y varios años después, Cortázar le escribió una carta en la que le aclaraba: “Por otra parte presumo que usted guarda cuidadosamente todas mis cartas, ya que en el futuro habrán de publicarse en suntuosas ediciones y usted se beneficiará con menciones como ésta: ‘El coronel Osokovsky, cuya fotografía no aparece aquí, fue uno de los corresponsales más fieles del gran cuentista J.C.’. Ya ve su conveniencia de guardar mis cartas. Por otra parte, si usted me manda todos su grabados, yo me ofrezco a guardarlos celosamente, para retribuirle la atención”.
Cuando Juan Domingo Perón llegó a la presidencia, Cortázar renunció a sus cátedras en la Universidad de Cuyo, Mendoza. No quería hacer parte del peronismo. Luego, muy luego, aclaró en una entrevista que él había confundido el fenómeno del peronismo, y por aversión a sus nombres, sus sujetos, había ignorado “que con Perón se había creado la primera gran convulsión, la primera gran sacudida de masas en el país; había empezado una nueva historia argentina. Esto es hoy clarísimo, pero entonces no supimos verlo”. En el 46 retornó a Buenos Aires y trabajó en la Cámara del Libro. Vivía solo, convencido de ser “un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano, lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético, traductor nacional”. Su obra evolucionaría, desde allí, hacia el compromiso social y las revoluciones de Cuba y de Nicaragua, y hacia las Revoluciones.
“La verdadera cara de los ángeles / es que hay napalm y hay niebla y hay tortura. / La cara verdadera / es el zapato entre la mierda, el lunes de mañana, / el diario”. En los 60, Cortázar escribía ya a favor del negro y el cholo y en contra del franco, que era Franco y eran todos los fascistas que en el mundo hubieran sido y fueran, pero aún le quedaba la lucha. “Digamos que mis decisiones políticas ya estaban tomadas y daban hacia la izquierda, pero no pasaban de una opinión (…). En cambio, la revolución cubana me mostró, me metió en algo que ya no era una visión política teórica, una postura política meramente oral”, escribía. Luego concluía que tanta ofensa, tanta humillación, debían desembocar en algo, “hay que hacer algo y tratar de hacerlo”. Lo hizo con sus libros y sus palabras. Con ellos, por ellos, taladró conciencias, transformó pensamientos, cambió vidas, aunque tal vez no lo llegara a saber.
Oliveira, su Horacio Oliveira de Rayuela, decía: “Nadie negará que el problema de la realidad tiene que plantearse en términos colectivos, no en la mera salvación de algunos elegidos. Hombres realizados, hombres que han dado el salto afuera del tiempo, y que se han integrado en una suma, por decirlo así... Sí, supongo que los ha habido y los hay. Pero no basta, yo siento que mi salvación suponiendo que pudiera alcanzarla, tiene que ser también la salvación de todos, hasta el último de los hombres. Y eso, viejo... Ya no estamos en los campos de Asís, ya no podemos esperar que el ejemplo de un santo siembre la santidad, que cada gurú sea la salvación de todos los discípulos”. Cortázar cedió derechos de autor en pro de Nicaragua, se enfrentó a unos y a otros, pues, como solía repetir, “jamás escribiré expresamente para nadie, mayorías o minorías”, y fue en sí mismo una revolución estética y literaria. Sin lo sagrado del mandala, pero con el juego de una rayuela, siempre.