Una entrevista con David Grossman
Febrero
de 2013
David grossman (Jerusalén, 1954) estaba parado en el patio del Hotel Santa
Clara en Cartagena. Inquieto, inspeccionaba el lugar como tratando de ubicar
desesperadamente a alguien. El escritor israelí, invitado al pasado Hay
Festival, llevaba en la ciudad menos de veinticuatro horas, y mientras Vargas
Llosa, Julian Barnes y Hertha Müller estaban ocupados lidiando con la prensa y
firmando autógrafos, Grossman parecía perdido. La asesora de prensa del Hay le
había dicho unos minutos antes que lo esperaría en el primer piso del hotel,
pero cuando él bajó ella no estaba en el lugar pactado y nadie parecía
reconocerlo.
Cuando lo vi, dudé. No podía creer que Grossman, el mismo que cada año aparece
como candidato al Nobel de Literatura, el autor de diez novelas elogiadas en
todo el mundo, estuviera en el lobby mirando a un lado y otro como cualquier
turista extraviado en las calles cartageneras.
Me acerqué:
–¿Mr. Grossman?
–Sí –contestó aliviado.
Le ofrecí mi ayuda para encontrar a su guía, lo acompañé un par de minutos y me
despedí. La señorita de prensa, agradecida, intercedió para que Grossman me
concediera una entrevista.
–Venga a las 6:45 de la tarde. David lo esperará en el patio del hotel.
Esa tarde llegué unos minutos antes y él ya estaba sentado en un sofá. Tenía la
camisa azul empapada por el sudor y su rostro, circundado por unas gafas de
marco metálico, se veía cansado. Cuando me vio, dijo en inglés:
–Oh, eres tú, el de esta mañana.
Se paró, miró el piso, habló de un jet lag terrible y concluyó:
–Ahora no puedo contestarte ninguna entrevista. Pero ¿qué tal si nos vemos
mañana a las diez en este mismo sitio?
De pronto, miró a una mujer que estaba a su lado (su esposa Micha), pidió un
bolígrafo y anotó en inglés en la palma de su mano derecha: “Entrevista con
Jorge, mañana, diez de la mañana, lobby”.
Lo miré sorprendido y le pregunté si no se iba a lavar las manos.
–No, nunca –contestó riendo.
Al día siguiente, cuando nos sentamos a hablar, Grossman todavía tenía el
rastro de la anotación en la palma de su mano.
David, usted
fue durante muchos años reportero radial y se ocupó a fondo del conflicto
palestino-israelí. Cuando le menciono la palabra “periodismo” y la relaciono
con su trabajo como escritor, ¿qué es lo primero que se le viene a la cabeza?
Bueno, usualmente me muevo entre la literatura y el
periodismo. ¿Cuándo decido escribir periodismo y cuándo literatura? Es una buena pregunta. Escribo sobre la situación de mi país de ambas
maneras; una es a través de novelas y cuentos, y otra mediante artículos de
prensa o ensayos. Cuando escribo literatura intento olvidar que hay gente
afuera y procuro escribir para mí mismo. Trato de liberarme de cualquier
interés; solo represento los personajes y la historia, dejo que se oigan sus
voces. En general, creo que eso produce buena literatura, el hecho de olvidar
que existe una audiencia.
Pero cuando
escribo periodismo quiero ser oído por muchos. En el
periodismo sí tengo un interés, que es cambiar algo en la realidad. Usualmente escribo sobre nuestra situación en Israel, tan brutal y extrema,
y trato de cambiarla, permitiendo que la gente vea las cosas de otra manera, y
en ese sentido mi punto de vista es diferente al que tengo como novelista.
Esas serían las diferencias entre un oficio y otro.
Ahora hablemos de las similitudes, ¿las hay?
Sí, creo que debe haber similitudes. La regla número uno de la literatura es ver la
realidad desde el punto de vista del otro. Siempre que
escribo una novela trato de ser cada uno de mis protagonistas, de ver como ellos,
de representar su perspectiva. Y cuando
escribo sobre el conflicto palestino-israelí, aunque soy judío y estoy
condicionado por mi educación, por mi lenguaje, por las ansiedades de mi país, insisto en
describir la situación también desde el punto de vista de los palestinos. Es la única manera de que mis lectores no estén solamente en contacto
con su propia mirada, con su propia manera de pensar o con sus propios sueños e
ilusiones, sino también con el punto de vista del otro, aunque el otro sea su
enemigo.
Ahora, una
sociedad en guerra es muy reacia a ver la realidad a través de los ojos
enemigos, y para mí eso es peligroso por dos razones. Por un lado, porque no te
permitirá hacer la paz, porque nunca podrás rastrear los cambios y desarrollos
de tu enemigo, y por otro lado porque ni siquiera te permitirá ser un mejor
soldado, en el sentido de que no conocerás realmente a tu enemigo, sino tus
propias proyecciones y ansiedades sobre él.
En nuestros países su actividad como reportero radial
no es muy conocida. ¿Qué recuerda de esos años y por qué dejó de hacer radio?
Yo debuté a los nueve años en las radionovelas de la época y amaba ese trabajo.
Como era muy bajito y los demás actores bastante grandes, en el estudio había
una caja de naranjas marcada con el nombre “David Grossman”. Siempre que tenía
que hablar traían la caja y yo me paraba encima de ella para alcanzar el
micrófono. Hice todo lo que es posible hacer en la radio, menos ser técnico.
Fui actor, reportero, entrevistador, corresponsal y finalmente presentador de
la emisión de noticias de la mañana durante cuatro años. Yo era el que
levantaba a los israelíes a martillarles la cabeza diciéndoles: “Hoy amanecemos
con maravillosas malas noticias para ustedes”. Hasta que un día insistí en transmitir la declaración oficial de
Palestina como Estado, que hizo desde el exilio la Organización para la
Liberación de Palestina el 15 de noviembre de 1988. El editor de mi programa
había puesto la noticia en el lugar número doce; yo le dije que esa declaración
era muy importante pues los palestinos estaban aceptando la solución que
reconocía a los dos países, Israel y Palestina. Pero él me contestó: “No, no
queremos transmitir eso”. De modo que yo le dije: “Si ustedes no están
dispuestos a contarlo, si no les parece importante decirles a los israelíes que
Palestina acepta dos Estados, que acepta una salida negociada al reconocer la
existencia de ambas partes, entonces no quiero presentar las noticias”. Y
bueno, me echaron y así acabé deteriorándome hacia la literatura.
¿Esto era en la radio gubernamental de Israel?
Sí, y había una censura muy fuerte. Después de casi
todas las emisiones venía alguien a preguntarme cosas como “¿Por qué dijiste
eso?”, “¿Estabas siendo sarcástico cuando entrevistaste a Ariel Sharon?”. Había
un diccionario especial de palabras que no podíamos utilizar. Por ejemplo,
ya que Israel no admite que ocupa territorios –para nuestros gobernantes se
trata de una “liberación”–, estaba vetada la palabra “ocupación”. Es natural. El gobierno no quiere que los ciudadanos sepan qué es
lo que hace realmente en los territorios ocupados. Cada vez que yo desobedecía ese diccionario, era
reprendido por mis superiores. Yo lo llamaba “blanqueador de lenguaje”, pues estaba diseñado para neutralizar todo aspecto
problemático de la realidad, y usted sabe, el lenguaje debe tocar la
realidad, con todas sus complejidades, con todas sus contradicciones internas y
con todas sus molestias.
En aquel momento, 1988, ¿qué tan importante era la
radio en Israel? ¿Cómo se hacía su programa? ¿Cómo era la producción de los
noticieros?
La radio era muy importante hace veinticinco años; luego, a principios de los
noventa, llegó la revolución multicanal en la televisión de Israel y desde entonces
el poder de cada medio se ha ido reduciendo, porque hay infinidad de programas
y muchos medios. Tienes internet, televisión, radio, es decir, numerosas
maneras de informarte. No se puede decir que uno de esos medios sea crucial.
En cuanto a lo otro, teníamos un libreto para el programa según lo que al
editor le parecía importante. Claro que al ser la radio gubernamental, los editores sabían muy bien lo
que el gobierno quería oír. Antes el
lenguaje era muy monitoreado, ahora lo es mucho menos, pero claro, siempre en
situación de conflicto lo primero que se manipula es el lenguaje. El
gobierno, el ejército y el sistema de justicia empiezan a modificar el
lenguaje, y este es el más importante papel de los escritores: insistir en las
palabras precisas, aunque no sean cómodas, y sobre todo no colaborar nunca con
el lenguaje oficial.
¿Ustedes tenían
una audiencia solamente de israelíes? ¿Lograron determinar si algunos árabes
también oían la emisora?
Era una radio de habla hebrea y muchos oyentes eran judíos, algunos
palestino-israelíes, porque usted sabe que allí tenemos una minoría palestina
que no vive en los territorios ocupados. Ellos viven una situación imposible
porque son ciudadanos del Estado de Israel, que está en guerra contra sus
hermanos en los territorios ocupados. De ahí surge un problema muy fuerte de lealtad que a
su vez constituye el principal alimento del fascismo israelí. Muchos argumentan que los miembros de esa minoría palestino-israelí no son
leales al Estado, pero yo siempre pregunto: ¿es el Estado leal a ellos?, ¿somos leales a ellos? Los palestino-israelíes merecen vivir una vida con igualdad y dignidad como
todo el mundo. Y la respuesta es no, no somos leales a ellos.
Después del despido, usted se dedicó a recorrer la
Franja de Gaza y terminó escribiendo El
viento amarillo. ¿Cómo logró comunicarse con los palestinos y evitar las
posibles interferencias de un traductor? ¿Sabe usted árabe?
Yo estudié árabe en la escuela de una manera muy intensa, realmente lo hablo
muy bien. Puedo leerlo y escribirlo, aunque admito que hace quince años no
practico el idioma. Hay pocas reuniones entre israelíes y palestinos, y cuando
nos encontramos preferimos hablar en inglés, una lengua común e igual para
todos. Para escribir El viento
amarillo fui y hablé con ellos en árabe, y fui a las cortes
militares y a los campos de refugiados y a las ciudades. Es increíble decirlo,
pero para muchos palestinos, y para mí, aquella fue con seguridad la primera
vez que había un contacto que no pretendía aumentar la ocupación o
manipularlos, sino solamente oír sus historias y permitir que sus voces fueran
escuchadas por nosotros los judíos. Tal vez por eso el informe impactó tanto a
los israelíes. Por primera vez, ellos tuvieron que oír a los palestinos, oírlos
incluso en contra de su voluntad, y tal vez porque estaban acostumbrados a que
yo les contara las noticias no dijeron: “Ah, es que este es un enemigo de
Israel y ahora colabora con los palestinos”. Algunos seguro pensaron que era un
traidor. Pero el informe estaba escrito en hebreo, no era en ningún sentido
manipulador, y eso obligó a muchos israelíes a reformular su punto de vista
respecto a la ocupación.
No puedo decir que aprobaran todo lo que escribí, pero seguro encontraron algo
nuevo en lo que leyeron. Y si me preguntas qué puede aprender el periodismo de la literatura –y esto
es importante–, te diría que es la claustrofobia al utilizar el lenguaje de
otras personas. Con la
literatura debes reinventar la manera de describir las cosas. El mundo siempre ha sido igual desde el principio de los tiempos; hoy Mario
Vargas Llosa escribe sobre cosas de las que Esquilo y Sófocles también
escribieron hace más de dos mil años. Pero la manera en que lo hace es diferente, las palabras, la forma de
yuxtaponerlas. Así también debería ser en el periodismo. Algunas veces siento, y hablo solo del periodismo israelí, que los
periodistas escriben clichés porque creen que puede ser más cómodo de entender
para sus lectores. Entonces sus artículos son una sucesión de clichés, y el
cliché no dice nada sobre la realidad, pero sí dice mucho sobre nosotros, sobre
nuestra necesidad de confianza, de estabilidad, de tranquilidad, de silencio.
Eso no es suficiente. El lenguaje en el periodismo debe reinventarse todo el
tiempo. Cuando miras las cosas desde un ángulo distinto, tus lectores también
pueden verlas con esa perspectiva.
¿Fue usted el primer periodista israelí en ir hasta la
Franja y hacer este trabajo periodístico? ¿Cómo logró que los palestinos le
contaran su historia y su visión del conflicto?
Sí, fui el primer israelí en ir hasta esos sitios y hablar con ellos en su
idioma. Había algunos que hablaban hebreo y eso era más cómodo para mí, pero
muchos solo hablaban árabe. No hice nada extraordinario, solamente me senté a
oírlos. Ellos sintieron que había un israelí interesado realmente en oírlos,
que no venía a humillarlos o a manipularlos. Discutí mucho con ellos porque me
parecía que su retrato de Israel era incorrecto, pero respetaron mi actitud al
ver que buscaba ofrecer argumentos de peso. Y sin duda ayudó hablar su
idioma; si alguien ha gastado esfuerzo y tiempo en aprenderlo, eso demuestra
respeto. En muchos casos el contacto produjo una respuesta inmediata,
porque ellos realmente querían que alguien oyera sobre su sufrimiento y sus
condiciones de vida como refugiados. Por momentos sentí que lo deseaban más que
cualquier otra cosa, que por una vez pudiera haber una mirada comprensiva hacia
ellos. Cuando has sido enemigo durante tanto tiempo, solo puedes generalizar y ver
estereotipos. Un israelí ve a un palestino y de inmediato cree que es un
terrorista. Un palestino ve a un israelí y enseguida cree que es un
colonizador. En esos momentos, la necesidad básica es ser reconocido nuevamente como
un ser humano. De repente, lo fundamental es no estar atrapado en una
situación de animosidad porque eso nos reduce constantemente. Si solo nos vemos como guerreros, si solo somos expertos en ser enemigos,
perdemos muchos matices de la vida para tratarnos los unos a los otros. Incluso si realmente quieres
entender por qué algunos palestinos se convierten en terroristas, por qué un ser humano es capaz de borrar su humanidad y volverse un
suicida, tú debes entenderlo primero como persona, entender el camino que lo llevó de ser una persona con humanidad a ser un
asesino, alguien que quita la vida sin dudarlo, ciegamente. Y no es que quiera
entenderlo porque sienta compasión por los asesinos; un homicida es un homicida
y ni siquiera puedo darle el título de “defensor de la libertad”. Yo quiero
entender por qué un ser humano cambia hasta un punto de imposible retorno.
¿Y lo ha
logrado entender?
Al menos he tratado. Para mí hay un punto difícil de identificar, y es ese
instante en que un ser humano se vuelve hermético y fanático. Ese punto es para
mí muy complejo de entender, incluso queriendo hacerlo. Y tengo claro que es mi
responsabilidad, no solo como escritor, no solo como periodista o ciudadano de
Israel, sino como persona.
Luego de escribir El viento amarillo, ¿siente que la experiencia modificó su trabajo como escritor de ficción?
Después de este libro publiqué una de las obras más íntimas que he escrito, El libro de la gramática interna, que es sobre la infancia de un niño en Jerusalén y termina el día
anterior a la Guerra de los Seis Días, en 1967. Creo que El viento amarillo me permitió
entender muchas cosas sobre Israel, que ahora veo como un cuerpo humano en
desarrollo. A través de esa metáfora pude entender nuestra falta de
fronteras, la pequeñez del país y lo que pasó inmediatamente después de la
ocupación, cuando nos convertimos en un imperio y pasamos de ser físicamente
muy pequeños a ser enormes. También pude entender nuestra actitud hacia el
poder, todo ese poder que de repente descubrimos que teníamos. Sí, creo que
entendí muchas similitudes entre un Estado y un individuo que alcanza la
pubertad. Sé que suena extraño, pero cuando llegamos a la
pubertad todavía no sentimos que nuestro cuerpo nos pertenece. Necesitamos
descubrir nuestra nueva fuerza, nuestra nueva madurez y, en cierto modo, esto fue lo que le sucedió a Israel después de 1967.
Cuando prende la televisión o la radio, cuando compra
el periódico y lo lee, ¿qué piensa del periodismo de hoy?
Que los medios de comunicación de masas están en serios problemas. Me refiero
más a los medios electrónicos, pero también a la prensa escrita. Es una
combinación de dos tendencias. Una de ellas tiene que ver con lo malcriados que están
los lectores. Como no quieren leer artículos complejos, como no quieren
ver los matices de la realidad, entonces los
periódicos están reduciendo la parte escrita y ahora parecen
grafitis con sus enormes titulares seguidos de una nota de doscientas o trescientas
palabras incapaz de abarcar la complejidad de una situación. Todo escritor
que ha sido entrevistado sabe lo que significa ser reducido a trescientas
palabras que no dicen nada.
Siempre insisto en el término “mass media”, que fue acuñado por los sociólogos en 1930. La gente cree que se trata de los medios
dirigidos a las masas, pero yo lo entiendo más como medios que convierten a los seres
humanos en masas, y algunas veces incluso en una muchedumbre
estúpida, violenta y brutal. Esto es lo que hacen muchos
medios hoy en día: convertir al ser humano en una masa unificada, borrar su idiosincrasia y su
singularidad. Es una tendencia muy peligrosa, porque si la gente
siente que no tiene palabras para describir la situación en la que vive, se
vuelve apática, pasiva, víctima…
Después de tantos años como columnista de prensa, como
hombre de radio, ¿ha considerado alguna vez escribir una novela sobre un
periodista en su país o sobre el periodismo en general?
Es una buena pregunta. Tal vez porque fui periodista y tengo tan cerca la
experiencia pienso que me resultaría fácil escribir al respecto, pero nunca lo
he hecho. Lo que sí me encantaría es novelar mi experiencia en la radio cuando
era niño, porque fue una infancia muy especial. Yo estaba en los scouts y hacía
las cosas normales de todo niño, pero al mismo tiempo tenía ese mundo de
fantasía. Conocí a los grandes actores de radionovelas y a través de ellos
aprendí cosas del mundo de los adultos que un niño de mi edad no debía haber
aprendido. Estuve expuesto a la vida literaria y teatral a través de la radio.
Hasta que yo llegué, la radio en Israel contrataba mujeres para que actuaran de
niños, y de repente un día apareció este chiquito de nueve años que sabía
actuar, y todos los papeles de niño cayeron sobre mí. Fue una infancia
interesante.
En resumen, diría que escribir sobre un periodista en Israel es algo con lo que
he coqueteado, ¡pero es que hay tantas cosas sobre las que quiero escribir! Yo no puedo entender mi vida hasta que la pongo en forma de novela, solo
así le encuentro un orden, un sentido. Y hay cosas
prioritarias que quiero escribir antes de dedicarme a una historia sobre
periodismo o sobre mi experiencia como periodista… cosas entre madres y padres
e hijos… cosas de la familia, estoy obsesionado con las familias… Quiero contar
tantas cosas pero, como usted comprende, la vida es demasiado corta. Quién sabe
si lo haga.
(Esta entrevista fue realizada como
parte de los trabajos para la Beca Gabriel García Márquez de Periodismo
Cultural, un proyecto conjunto de la FNPI y el Ministerio de Cultura de
Colombia).
Revista El malpensante
Febrero de 2013