domingo, 19 de mayo de 2013

El diccionario del ocio


La calle

La calle es tan larga como la cola del río, arquitectura de un sueño que se repite en la vieja conquista del mundo; en ella miles de seres vivos disfrutan el tiempo, mientras la vida transcurre levemente sin el polvo de martes, y los hombres caminan de visita en la variedad de un paisaje que se perfila eterno, imborrable y colorido como un arco iris celeste. Es larga, pero se bifurca al desdoblarse en callejón. Y soporta las almas que se cruzan de un horizonte a otro, porque sabe que sin ellas poco podría hablarse de vida, de pueblo, o de ciudad. Se visita y se conversa, y se realizan las compras del mañana y luego se construyen las pequeñas utopías locas del hombre del barrio, aquellas que hacen soportable la mañana o la tarde, o todo el día. Enamorarse es como viajar en un barco perdido del tiempo, en uno que cruzará el océano de la noche y morirá bajo la magia eterna de las estrellas de cualquiera calle. Alguna tarde, estoy seguro, veremos cruzar el desfile de la muerte, mientras el ataúd comanda la salida; es una imagen triste, pero tan necesaria como la algarabía y la melancólica ausencia del lugareño. Así es la calle, el teatro de la existencia, el pedacito de luna roja que alimenta la vía y nos permite soñar con otro día o con otra tarde absurda o extraordinaria…

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