miércoles, 27 de marzo de 2013

El flagelante, territorio sacro



 

Uno no sabe a la larga cómo la flagelación nos jodió la vida

 
 
La búsqueda

 Supongo que el arte asume otra mirada de la realidad. ¿Poesía? ¿Belleza? Nunca defensa de nada. Simplemente goce o deleite. Acto gratuito para los ojos del alma. No es el espectáculo masivo de la carne en exposición pública, sino la experiencia cultural o el acumulado histórico de la supervivencia inocentes de las gentes tomasinas. Entonces se busca que el observador identifique el cuerpo del flagelante como el territorio de almas del pueblo.

Los pies

 Una película turbia los cubre de pies a cabeza, mientras se agigantan en mi memoria; los he visto siempre, los del abuelo Nolasco, pies campesinos, y también los del flagelante, o los pies del profesor Moncayo, justos y marchantes en su tiempo por la dignidad de la nación. Puede que sea una fotografía de los años 70, en la revista Alternativa, pero son esos pies gigantes los que ahora recupera mi memoria. Casi no caben en la página ni en mis recuerdos; el talón calloso, fuerte como un roble, con las señales de la guerra, de la lucha con y por la tierra. Poco a poco la otra guerra acabó con ellos y les quitó la tierra. Cuando veo algunos en las calles de Colombia, los distingo por la callosidad, por la fortaleza del roble, o por las goteras de la sangre, pero ya no hay tantos árboles en la ruta. Esta clase de hombres se han ido y no nos hemos dado cuenta. La vida también.

La sangre

 Corre por las avenidas, las ciudades y los barrios interiores del hombre. A veces se desborda su cauce y el corazón amenaza con estallar. Con cada zancada hay barrios que desaparecen arrastrados por el oleaje y la fuerte corriente descendiendo de la montaña a mil metros por segundo, mientras los pasos se aceleran en la arena ardiente de la calle de La Ciénaga; el calor sofocante penetra la piel y adelgaza el espesor del viscoso liquido rojo para que fluya con mayor fuerza hasta que alguien se atreva a iniciar el ritual de los golpes en el mayor de los territorios, una, dos, tres y cien veces, y de pronto un corte, y el chorro, una pluma, el manantial y la sangre fluyendo a borbotones por la llanura, gritos, asombros, silencios, desmayos, y el gentío con sus ojos de piedad observando otra vez fluir la sangre en un escenario público y en un territorio vivo, brotar a voluntad, provocado por unas manos donantes o sanantes, y la sangre otra vez imparable y golpe a golpe no dejará de correr o danzar con el flagelante, dos pasos hacia atrás y tres hacia adelante  y hasta que la pollera se tinture del rojo sangre, de ese rojo que palpita adentro de cada observador del viernes santo, o del que cae acribillado en cualquier esquina de Colombia, o de aquellos jóvenes enamorados, que ardiendo de fiebre de besos y a punto de colapsar de amor, se buscan con los ojos, con los brazos, con las manos y con los restos del  cuerpo, y hasta que el territorio, en especial las venas, se cansen de regalarle al mandante el líquido espeso que atrae al otro, la sangre no dejará de brotar del territorio humano. Y quizá esta sea la misma sangre de las corralejas y las galleras, la misma sangre por la que la multitud se cita para disfrutar o compartir los mismos sentimientos o emociones que depara el territorio, o ver la sangre correr entre las astas de un toro y observar la vieja piel del pobre hombre herido por las cuchillas flagelantes de la desesperanza.

El territorio

 No son los huesos, ni la sinrazón, es esta fortaleza, que aceitamos todos los días en los gimnasios, la embellecemos y la cuidamos con esmero en los  centros de cirugía estética de la ciudad; o es esta carne débil que florece en cada acto  amoroso y luego se derrama en la fisiología de un orgasmo puro o fingido de amor; o es aquella escatología del desfogue diario, vieja condena humana de la humildad y los apurados sacrificios del cuerpo; o es la eterna tortura corporal de los infantes, adobada por los supuestos amores maternos o paternos; o es esta manera creativa de martirizar la estructura del cuerpo para agradecer a un dios sonriente, lo que la mente y la ciencia no han podido subvertir.

El rostro

 Viejo como una montaña sagrada, sin lujos ni grandes prodigios naturales, simplemente las pendientes por donde se precipitan los ríos de la esperanza y aquella misteriosa corriente de fe, con la que ha sido imposible trasladar la montaña, moverla a otros lugares de alegrías eternas. Quizá sea el espejo del territorio con sus dos gotas de agua salvaje, dos gatos negros para asustar a la muerte.

Las manos

 Es la parte del territorio más llano y el menos pretencioso de todos, el descanso de las arterias; un camino para sanar, tocar, herir y fundir el alma; en la ruta de la sanación quizá se atrevan a herir el cuerpo con aquellas manos, que al tocar la guitarra fracturan los silencios; no es intencional ni tampoco inocencia, es el deseo de curar el que procura el ensayo, o la ciega tradición de unas maneras de ser que, en la circularidad de la vida poética, se procuran la magia de la supervivencia.

Dios

 Todavía no he podido encontrar en todo el territorio, las evidencias de la existencia de dios; no las he encontrado en nada, ni siquiera en la creación del acné, seguramente hecho para el asombro. Lo que he logrado capturar son otras evidencias, el esfuerzo diario y sobre humano del hombre por reinventarlo y luego conservarlo, memorizarlo y amarlo por encima de sí mismo y luego consumirlo como a la Coca-Cola.

El alma

 Es lo más misterioso del territorio y persiste oculta en las conexiones neuronales del cerebro, una ilusión o realidad metafísica para afrontar la vieja animalidad humana. El mito del ser. Y señales no hay. Sin embargo, están los mojones espirituales a la vera del camino: las cruces en el cuerpo, la sangre derramada con sentido familiar, el capirote, la disciplina, la pollera. Extraño, pero así ha sido  el hombre en todos los tiempos.

El infinito

 Nadie puede pensar que el cuerpo no tiene límites si son evidentes los atajos libertarios del territorio, la búsqueda y los ensayos para probar su inocencia, viaja manía del rebelde para escapar de los conquistadores. Y no es la disciplina o el látigo la amenaza, es la imposición papista la que pone en peligro los límites territoriales, la madurez del ciudadano.

El dolor

El sufrimiento y la sangre son toda una mancha en el continente, un invento para las expiaciones de las culpas, o el martirio proporcional para castigar al enemigo enfermo, el discurso cultural del cuerpo para aceptarse como territorio. La punzada interna, la herida apenas provocada para la historia. El dolor soportado para soñar que somos diferentes, extraña manera de ser otro.

sábado, 16 de marzo de 2013

Discusión sobre Memoria diaria de un condenado


 

Quiero dejar escrita esta propuesta de discusión para mis lectores. Mi hija Mely, como otros     lectores de mis libros y artículos de prensa, me reclamó después de leer “Memoria diaria de un condenado,” el por qué la asunción poética del tema de la muerte.

Sé que soy incomprendido por los optimistas, pero la literatura y la poesía no son tan hermosas como una puesta de sol. La muerte es otro tema más de la literatura como la soledad, la esperanza, la vida, el vivir…

Sabato, en “Diálogo” con Borges, le dijo a éste y a los lectores de este cerebral libro, que un escritor no estaba obligado a crear personajes buenas personas. “Ni Raskolnikov ni Julien Sorel, por citar algunos, pueden juzgarse como “buenas personas”. Casi nadie en la gran literatura.”

No sé. La confusión puede estar asociada al consumo incierto de la felicidad que nos venden todos los días los acaparadores de ilusiones. Es más fácil soñar que viajar por el territorio agreste de la realidad y la literatura.

¿Hay alguna forma bella de decir tonterías? ¿Y por eso dejarán de ser tonterías?

Las tonterías no tienen ni ocupan ningún lugar en el poema ni en la literatura. O uno escribe sobre lo sustancial o no escribe. La vida está recargada de estas liviandades para que un libro de poesía nos las esté recordando hoy. Este no es el sentido de la literatura ni el de la poesía.

Cortázar en Rayuela, para colocar un solo ejemplo, nos fotografió una esperanza descorazonada. ¿Si no fuera así tendría sentido escribir una novela o un poemario. ¿Por qué lo terrible – pregunto – no puede formar parte de la belleza poética?

Nada más quería decir estas cosas para no ahogarme en la sangre de la incomprensión literaria.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Chávez y la historia




Todos los días mueren millones de personas en el mundo, personas que no les aportan nada a sus países de origen. Chávez fue más allá de las sangrías de la nada y dejó su impronta en América  Latina y en el mundo. Fue más allá de lo que podía pensar el mundo de los legados de Uribe y Santos, que serán recordados sólo por los colombianos. Algunos en Venezuela, lo creían el padre de la nación, pero él sólo era un pobre hombre que luchaba por su inmortalidad. Sin embargo, desclasó el sistema político y económico del país, rebajándole la importancia al capital para pensar más en la gente. La democracia en nuestra América Latina es un cliché, un prejuicio ideológico incubado en nuestras mentes desde la niñez. Pero nadie sabe cómo es y con qué se come la bendita (maldita) democracia nuestra. Chávez quiso romper con esta peligrosa e infantil concepción política, buscó y luchó por crear un modelo hibrido entre el sistema cubano y el de la mayoría de los países latinoamericanos. Creó su propia fanaticada y quizá este fue su gran error, creerse el padre de los venezolanos, cuando lo que necesitamos es que funcione para todos el modelo democrático. Pero como los intereses de la oligarquía venezolana estaban enquistados en el poder de estado, a Chávez históricamente le tocó hacer lo que ya todo el mundo sabe: desmontar el modelo de gobierno plutocrático de nuestros vecinos para poder realizar la revolución pacífica de estos últimos 14 años de la vida política venezolana.



La mayoría de las gentes en Colombia odiaban a Chávez, incluso ahora que ya el inmortal hombre está muerto. Y la verdad es que uno no logra entender estas cosas en un país que no entiende porque los otros son diferentes a nosotros; en un país desnutrido y muerto de hambre y con problemas en la salud pública; en un país que no entiende su historia ni la democracia donde vive. Nos han enseñado a odiar lo diferente y lo que no entendemos y Chávez formaba parte de esta fenomenología. Los pobres terminan odiando lo que la prensa de los ricos les ordena odiar, sin filtros, sin comas y sin puntos apartes. Y entonces no nos escuchamos porque creemos ser portadores de la verdad, como si ésta se pudiera encapsular en los intereses ideológicos, políticos y económicos de RCN y Caracol.

Y odiamos para no creernos imbéciles y para tapar con las mentiras de los otros nuestra propia estulticia e ignorancia. Chávez no era peor que Uribe, pero era mejor y lo era porque su origen no era ni oligárquico ni del comodín de otras fortunas espúreas. Uno puede decir lo que quiera de este hombre; sin embargo su gobierno fue hechura del dolor y el abandono histórico de la gente. Hacer una revolución pacífica como la que logró Chávez, y en una época donde las aguas de las revoluciones habían bajado al nivel de los charcos, tiene el valor de una proeza extraordinaria, sobre todo en los fondos de unas estructuras solidificadas por las comodidades de los intereses sempiternos de la burguesía venezolana.

No es lo mismo continuar y defender un sistema montado en los hombros de varias generaciones de burgueses, que arriesgar el pellejo para desafiar el modelo y pretender cambiarlo. Esto fue lo que hizo Chávez en Venezuela y esto es lo que no han sido capaces de hacer los gobernantes colombianos. Por eso a Chávez lo recordará la región y el mundo, mientras a los gobernantes nuestros la historia mundial les echará tierra al terror y a la mediocridad de sus ejecutorias. 

domingo, 3 de marzo de 2013

50 años de Rayuela. Cortazar.



El embrujo de Cortázar
El juego, las excepciones hechas regla, su compromiso social.
Por: Fernando Araújo Vélez. De El Espectador.
Como un juego empezó a descubrir la vida mientras caminaba y brincaba por las calles de Banfield y se inventaba Rayuelas sobre el asfalto, uno, dos, uno, dos. Algo tenía que salirse de la lógica de los mayores, pensaba. Tendría que haber leyes de la excepción, magia, fantasía, verdad en la mentira, credibilidad en la ficción. Él jugaba, nada más. “Desde niño todo lo que tuviera vinculación con un laberinto me resultaba fascinador —explicaría muchos años después—. Creo que eso se refleja en mucho de lo que llevo escrito. De pequeño fabricaba laberintos en el jardín de mi casa. Me los proponía”. Su camino hacia la escuela era un laberinto. Él lo había diseñado, piedra tras piedra, grieta tras grieta. En una esquina saltaba con un pie para caer un metro más adelante con los dos. “Si por casualidad no podía hacerlo o me fallaba el salto, tenía la sensación de que algo andaba mal, de que no había cumplido con ese ritual. Varios años viví obsesionado por esa ceremonia, porque era una ceremonia”.
Pasados 40 años, mientras escribía Rayuela, Julio Florencio Cortázar llegó a pensar que la titularía Mandala, como el juego sagrado de los hindúes. “Luego me pareció pedante y recordé que la rayuela es un mandala, sólo que los niños la juegan sin ninguna intención sagrada”. Rayuela, mandala, laberinto, juego, fantasía, lo sagrado y lo profano, lo místico, lo real, el humor —humor negro— y la ingenuidad. La política, sus diversos rostros, el amor y sus irónicos rostros. Cortázar mezcló la vida, su vida y la que vio, en sus libros, y sus libros acabaron por parecerse a su vida. Todo laberinto, todo impredecible. Su primer libro, Presencia, lo firmó con un pseudónimo, Julio Denis. Con el mismo falso nombre suscribió un artículo sobre Rimbaud, en 1941, y un relato que llevaba por título Llama el teléfono, Delia, publicado en El Despertador, de Chivilcoy, el mismo año. Luego, cuatro años más tarde, firmó La estación de la mano como Julio A. Cortázar, y pasados algunos meses, escribió un ensayo sobre la poesía de John Keats bajo el nombre de Julio F. Cortázar.
Aquellos tiempos, cuando Cortázar aún no era Cortázar, fueron tiempos de dificultades económicas, de ir de un lado para el otro y dictar clases. Pasó de Chivilcoy, al sur de la Capital Federal de Buenos Aires, a Mendoza; de dictar cursos, a hacerse cargo de tres cátedras de literatura francesa y de Europa septentrional. En una carta dirigida a su amiga Mercedes Arias, decía: “Creo que aquí estaré bien. Las clases las principié el miércoles pasado, y puede figurarse la diferencia que significa dictar seis horas por semana (dos por cátedra) y no dieciséis. Lo mismo en cuanto al número de alumnos; en tercer año me encontré con una multitud compuesta por dos señoritas. Luego, el trabajo universitario es hermoso, ¡por fin puedo yo enseñar lo que me gusta!”. Cortázar hablaba en aquel entonces, años 40, de la poesía francesa y su incidencia en las vanguardias del siglo XX, y dictó su primera charla en Mendoza, sobre Paul Verlaine.
Los diarios mendocinos, Los Andes y La Libertad, reseñaron la conferencia en sus páginas culturales. “Cortázar comenzó señalando la imposibilidad de comunicar las características esenciales de una poesía, por cuanto sus esencias son de orden personal y en modo alguno comunicables con otro lenguaje que no sea el de la poesía”, decía una de las notas. Medio irónico, y muy en serio, Cortázar criticó que su exposición hubiera sido juzgada como “difícil”, y le preguntó a Lucienne C. de Duprat, la esposa de su gran amigo por entonces, Sergio Sergi, “¿cree usted sinceramente que en un medio universitario puede haber dificultades para alcanzar las simples, hasta vulgares ideas que allí se expresan?”. Sergi era artista plástico, grabador, e influyó en varios de los conceptos de Cortázar. Incluso, le escribió un poema, Un goulash para el oso, que se iniciaba con un verso que decía “receta del goulash, tómese un pedazo de estrella y una / ortiga”.
Sergi había combatido en la Primera Guerra Mundial con el ejército austríaco. “En 1915 estuve en el frente, pero no maté a nadie y nadie quiso matarme a mí”, diría, y confesaría que “la única valentía que tengo es la de confesar mi cobardía, que es la condición biológica del hombre normal”. Dentro de sus juegos, de nuevo irónico, pero veraz, y varios años después, Cortázar le escribió una carta en la que le aclaraba: “Por otra parte presumo que usted guarda cuidadosamente todas mis cartas, ya que en el futuro habrán de publicarse en suntuosas ediciones y usted se beneficiará con menciones como ésta: ‘El coronel Osokovsky, cuya fotografía no aparece aquí, fue uno de los corresponsales más fieles del gran cuentista J.C.’. Ya ve su conveniencia de guardar mis cartas. Por otra parte, si usted me manda todos su grabados, yo me ofrezco a guardarlos celosamente, para retribuirle la atención”.
Cuando Juan Domingo Perón llegó a la presidencia, Cortázar renunció a sus cátedras en la Universidad de Cuyo, Mendoza. No quería hacer parte del peronismo. Luego, muy luego, aclaró en una entrevista que él había confundido el fenómeno del peronismo, y por aversión a sus nombres, sus sujetos, había ignorado “que con Perón se había creado la primera gran convulsión, la primera gran sacudida de masas en el país; había empezado una nueva historia argentina. Esto es hoy clarísimo, pero entonces no supimos verlo”. En el 46 retornó a Buenos Aires y trabajó en la Cámara del Libro. Vivía solo, convencido de ser “un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano, lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético, traductor nacional”. Su obra evolucionaría, desde allí, hacia el compromiso social y las revoluciones de Cuba y de Nicaragua, y hacia las Revoluciones.
“La verdadera cara de los ángeles / es que hay napalm y hay niebla y hay tortura. / La cara verdadera / es el zapato entre la mierda, el lunes de mañana, / el diario”. En los 60, Cortázar escribía ya a favor del negro y el cholo y en contra del franco, que era Franco y eran todos los fascistas que en el mundo hubieran sido y fueran, pero aún le quedaba la lucha. “Digamos que mis decisiones políticas ya estaban tomadas y daban hacia la izquierda, pero no pasaban de una opinión (…). En cambio, la revolución cubana me mostró, me metió en algo que ya no era una visión política teórica, una postura política meramente oral”, escribía. Luego concluía que tanta ofensa, tanta humillación, debían desembocar en algo, “hay que hacer algo y tratar de hacerlo”. Lo hizo con sus libros y sus palabras. Con ellos, por ellos, taladró conciencias, transformó pensamientos, cambió vidas, aunque tal vez no lo llegara a saber.
Oliveira, su Horacio Oliveira de Rayuela, decía: “Nadie negará que el problema de la realidad tiene que plantearse en términos colectivos, no en la mera salvación de algunos elegidos. Hombres realizados, hombres que han dado el salto afuera del tiempo, y que se han integrado en una suma, por decirlo así... Sí, supongo que los ha habido y los hay. Pero no basta, yo siento que mi salvación suponiendo que pudiera alcanzarla, tiene que ser también la salvación de todos, hasta el último de los hombres. Y eso, viejo... Ya no estamos en los campos de Asís, ya no podemos esperar que el ejemplo de un santo siembre la santidad, que cada gurú sea la salvación de todos los discípulos”. Cortázar cedió derechos de autor en pro de Nicaragua, se enfrentó a unos y a otros, pues, como solía repetir, “jamás escribiré expresamente para nadie, mayorías o minorías”, y fue en sí mismo una revolución estética y literaria. Sin lo sagrado del mandala, pero con el juego de una rayuela, siempre.


Presentación de los libros Memoria diaria de un condenado y La ciudad de los amores ajenos a cargo del poeta cartagenero Juan Carlos Céspedes, en Combarranquilla de Boston

La verdadera historia la escriben los poetas Por Juan Carlos Céspedes Hubo una época en que al poeta se lo consideró un ser con especiales dotes, casi como una criatura sobrenatural. Podemos incluso inferir que los primeros brujos de las tribus de las comunidades antiguas podían haber sido poetas por su capacidad de creatividad. Hoy sabemos que de sus mentes luminosas florecieron mitos que dieron lugar a religiones y que de sus epopeyas brotaron naciones poderosas, y en ambos casos, todavía sus obras, de alguna manera, siguen vigentes. Con el desarrollo de las ciencias y las investigaciones quedó al descubierto el hombre detrás del poeta, pero esto no fue óbice para que siguiéramos admirando a esos personajes maravillosos, incluso, la admiración aumenta, pues ya no se trata de seres que reciben un singular toque mágico que les confiere ventaja sobre sus semejantes, sino que son de carne y hueso como nosotros. En ciertas etapas de la historia se los llamó vates por su capacidad de adivinar, de vaticinar. Mas el tiempo se encargó de desmitificar estos conceptos tan místicos, definiciones que obviamente no resistían el simple análisis. Pero no sea crea que la cosa está resuelta del todo. En la actualidad sabemos que hay personas, y es el caso de Tito Mejía Sarmiento y Pedro Conrado Cúdriz, que sí poseen una cierta capacidad de vaticinar, no ya en el sentido de hacer poesía como quien dice lo que va a suceder, sino como un atributo de poder entrar con su sensibilidad en la profundidad de las cosas, de desentrañar su esencia, su significancia, sus posibilidades. Pedro Conrado es poeta desde su razonamiento profundo, de su visión panorámica que lo ve todo, hasta los detalles más simples, incluso esos que los demás no vemos por ir demasiado aprisa detrás de esa apuesta perdida en que se ha convertido la vida. Tito Mejía es pura piel, pero no la piel del sólo erotismo, sino la piel como un receptor de emociones y sensaciones, la piel como trampa que lo captura todo. La ciudad lo ve, pero ojo, el poeta también ve a la ciudad y le desnuda sus sombras, los argumentos que ella usa contra las personas que como él la viven, la padecen y la sufren. Pedro nos da su poesía desde lo que parece un diario, pero no nos equivoquemos, nada más lejano de la verdad. No es un diario desde el estricto sentido que ello tiene, es un mero vestido que utiliza para llegar a nosotros, y ya sabemos perfectamente que la poesía hace tiempo rompió el límite de estas simplicidades. Su recorrido va desde marzo hasta octubre de lo que podría ser el año 2004, pero que valdría también para cualquier año, pasado o venidero, pues los hechos humanos son cíclicos y siempre aparece el mismo hombre repitiéndose una y otra vez. Y de una cosa sí estoy convencido, y es que los grandes poetas se caracterizan por la vigencia de sus palabras. Tito Mejía es un poeta exuberante, de una temática amplia, que pasa del erotismo a lo social con una facilidad pasmosa. Lo que sucede es que esa propensión que tenemos para colocar etiquetas lo quiere encasillar en lo erótico, sin embargo su trabajo en este libro desmiente y desvirtúa esta afirmación. El manejo de las historias que nos cuenta a través de la poesía, nos habla de un hombre profundamente lírico y vital, y que tiene muchas cosas que decir, porque nada hay más lamentable que un falso poeta, domesticador de palabras, haciendo arquitectura con su vanidad. Nos será falso, ya que detrás de sus palabras no hay vivencia y mucho menos emoción. Es el mármol sin el cincel de Miguel Ángel Siempre he pensado que allí donde hay un poeta, y aquí tenemos dos, y muy buenos, hay un testigo fiel. Dicen que la historia la escriben los vencedores, pero yo digo que la verdadera historia la escriben los poetas. Tito, querido, Pedro, hermano mío, qué buena idea este libro estilo cara y sello que nos habéis regalado, dos obras tan distintas, pero unidas en una sola y fundamental característica: el respeto por la palabra. Barranquilla hoy te digo que puedes sentirte orgullosa de estos creadores, igual para Santo Tomás, matria, como decía Unamuno, de estos dos poetas, Yo, por mi parte, me siento complacido de estar esta noche con ustedes y les doy las gracias por el honor de compartir sus creaciones conmigo. Al público asistente, no duden en adquirir esta bella obra, pues la historia de la literatura se hace de momentos como este. 
En Radio Autónoma, en el programa  Agenda Cultural del Caribe. Con Tito Mejía, poeta, Guillermo Mejía, director del programa, Pedro Conrado, poeta, y Raúl Correa de A. Departimos dos horas leyendo los poemas de los libros.