Todos los días mueren millones de personas en
el mundo, personas que no les aportan nada a sus países de origen. Chávez fue
más allá de las sangrías de la nada y dejó su impronta en América Latina
y en el mundo. Fue más allá de lo que podía pensar el mundo de los legados de
Uribe y Santos, que serán recordados sólo por los colombianos. Algunos en
Venezuela, lo creían el padre de la nación, pero él sólo era un pobre hombre
que luchaba por su inmortalidad. Sin embargo, desclasó el sistema político y
económico del país, rebajándole la importancia al capital para pensar más en la
gente. La democracia en nuestra América Latina es un cliché, un prejuicio
ideológico incubado en nuestras mentes desde la niñez. Pero nadie sabe cómo es
y con qué se come la bendita (maldita) democracia nuestra. Chávez quiso romper
con esta peligrosa e infantil concepción política, buscó y luchó por crear un
modelo hibrido entre el sistema cubano y el de la mayoría de los países
latinoamericanos. Creó su propia fanaticada y quizá este fue su gran error,
creerse el padre de los venezolanos, cuando lo que necesitamos es que funcione
para todos el modelo democrático. Pero como los intereses de la oligarquía
venezolana estaban enquistados en el poder de estado, a Chávez históricamente
le tocó hacer lo que ya todo el mundo sabe: desmontar el modelo de gobierno
plutocrático de nuestros vecinos para poder realizar la revolución pacífica de
estos últimos 14 años de la vida política venezolana.
La mayoría de las gentes en Colombia odiaban a
Chávez, incluso ahora que ya el inmortal hombre está muerto. Y la verdad es que
uno no logra entender estas cosas en un país que no entiende porque los otros
son diferentes a nosotros; en un país desnutrido y muerto de hambre y con
problemas en la salud pública; en un país que no entiende su historia ni la
democracia donde vive. Nos han enseñado a odiar lo diferente y lo que no
entendemos y Chávez formaba parte de esta fenomenología. Los pobres terminan odiando
lo que la prensa de los ricos les ordena odiar, sin filtros, sin comas y sin
puntos apartes. Y entonces no nos escuchamos porque creemos ser portadores de
la verdad, como si ésta se pudiera encapsular en los intereses ideológicos,
políticos y económicos de RCN y Caracol.
Y odiamos para no creernos imbéciles y para
tapar con las mentiras de los otros nuestra propia estulticia e ignorancia.
Chávez no era peor que Uribe, pero era mejor y lo era porque su origen no era
ni oligárquico ni del comodín de otras fortunas espúreas. Uno puede decir lo
que quiera de este hombre; sin embargo su gobierno fue hechura del dolor y el
abandono histórico de la gente. Hacer una revolución pacífica como la que logró
Chávez, y en una época donde las aguas de las revoluciones habían bajado al
nivel de los charcos, tiene el valor de una proeza extraordinaria, sobre todo
en los fondos de unas estructuras solidificadas por las comodidades de los
intereses sempiternos de la burguesía venezolana.
No es lo mismo continuar y defender un sistema
montado en los hombros de varias generaciones de burgueses, que arriesgar el
pellejo para desafiar el modelo y pretender cambiarlo. Esto fue lo que hizo Chávez
en Venezuela y esto es lo que no han sido capaces de hacer los gobernantes
colombianos. Por eso a Chávez lo recordará la región y el mundo, mientras a los
gobernantes nuestros la historia mundial les echará tierra al terror y a la
mediocridad de sus ejecutorias.
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